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La Historia de Daniel un inmigrante con sueños.


Nació un 4 de julio, el Día de la Independencia de Estados Unidos, una ironía en la que repararía más tarde, en un período oscuro de su vida, cuando estuvo encerrado en un centro de detención para indocumentados.

Daniel Guadrón nadó contra la corriente toda su vida, y lo hizo alegremente, ganando admiradores en cada esquina.

Llegó procedente de Guatemala cuando tenía 13 años, dominó el inglés, le fue muy bien en la escuela y terminó aprendiendo también francés. Sacó el máximo puntaje posible en todos los exámenes de matemáticas que tomó.

Era un niño encantador, inteligente, siempre sonriente, gran jugador de fútbol y quien se destacó también como luchador.

Era uno de esos muchachos con un aura especial, deseoso de aprender y de superarse, con metas claras para el futuro, capaz de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal.

Todo el mundo lo podía ver: sus profesores en la escuela secundaria Trenton Central High, sus técnicos en los deportes, los compañeros con los que se entrenó para su primera carrera de 10 kilómetros, los empleados del restaurante donde trabajaba los fines de semana e incluso un abogado al que conoció en un edificio donde se encargaba de la limpieza por la noche. El abogado le decía “Profesor”.

Su consejero afirmaba que era “el preferido de todos”.

Hasta que un día de abril del 2008, Daniel, de 18 años, desapareció.

——

Siete hombres armados llegaron a su vivienda en la madrugada, gritando y golpeando puertas. En sus chaquetas se leía: ICE.

Daniel, quien estaba en la cama, sabía a quien buscaban los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, según sus siglas en inglés): A su madre, quien se había ido a trabajar poco antes. Recuerda que le advirtieron que si no les decía dónde estaba su madre, se lo llevaban a él.

Daniel se vistió lentamente, contento de que su madre, una mujer dulce que casi no habla inglés, no estuviese allí.

La madre trabajaba en la limpieza y cocinaba los mejores platos del mundo con arroz. Estaba criando a sus hijos sola, llenándolos de amor en el modesto departamento que ocupaban en un barrio pobre de Trenton. Daniel estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
Los agentes lo esposaron, le pusieron grilletes y lo subieron a una camioneta, junto con una familia de Costa Rica que también había sido sacada de la cama. Fueron llevados a Elizabeth, a unos 80 kilómetros (poco más de 50 millas), y encerrados en un sitio lúgubre, en un sector industrial cerca del aeropuerto de Newark. A Daniel le dieron un uniforme azul de preso y lo ubicaron con otros 300 inmigrantes.

“¿Por qué me tratan como un delincuente, si no hice nada?”, se preguntó.

Le tomó pocos días descubrir el horrible universo de los centros de detención del ICE, en los que todos los años son retenidas por tiempo indefinido unas 350.000 personas, indocumentadas o que piden asilo, mientras las autoridades deciden su futuro.

Daniel sabía que podía ser deportado si no tenía papeles. Y que sus padres, quienes se habían separado, estaban trabajando con un abogado para tratar de regularizar su situación.

Lo que no entendía es por qué le hacían pagar a él por los errores de otros. Después de todo, él tenía un número de Seguridad Social y permiso para trabajar y estudiar mientras sus padres resolvían sus cosas.

La madre lloraba cuando hablaban por teléfono y le prometía que haría todo lo posible por lograr su liberación.

Con el correr de los días y las semanas, comenzó a desesperarse. Extrañaba sus partidos de fútbol, sus libros, a su madre.

Su familia no lo visitaba por temor a ser detenida.

Todo en la prisión le parecía inhumano, surreal. Lo que más lo estremecía era la falta de esperanzas que percibía en la gente.

La gente iba y venía. A cada rato desaparecía alguien, seguramente deportado, y llegó a temer que él también podría ser enviado de vuelta a Guatemala.

Su compañero de celda, Malcolm Ikolo, del Congo, se deterioraba rápidamente. Lucía pálido, bajaba de peso. Tenia 37 años y estaba casado con una estadounidense, pero de todos modos lo detuvieron y llevaba dos meses peleando para no ser deportado.

Ikolo le recomendó que no se dejase estar. “Eres joven e inteligente. Saldrás adelante si te mantienes ocupado y saludable”, le dijo.

Le hizo caso y comenzó a hacer ejercicios con su amigo congolés. Practicó francés y se hizo muy popular entre los demás reos porque oficiaba de traductor. Ensayó yoga. Aprendió “breakdance” y deleitaba a los demás con sus movimientos.

Hasta el personal del centro de detención se encariñó con él.

Daniel contaba que pasó sus primeros años en la casa de sus abuelos, que criaban pollos y cultivaban verduras y flores. Soñaba con ser ingeniero.

En Trenton se corrió la voz de que había sido arrestado.

En su escuela, la profesora de inglés para extranjeros Iseult Leger lagrimeaba pensando en el chico que la había cautivado desde que llegó.

La consejera Miriam Méndez se sintió perdida. En sus 23 años como profesora y consejera, pocas veces había tropezado con alguien que mereciese tanto una buena educación y una vida feliz. ¿Qué sería ahora de la vida de un estudiante llamado a graduarse como uno de los mejores de su camada?

En el edificio que limpiaba Daniel, el abogado Robert Lytle se estremeció al pensar que el “Profesor” estaba entre rejas. ¿Cómo podía pasarle eso a un chico con tanta personalidad y tan prometedor?

De hecho, pasa a cada rato, según abogados especializados en temas de inmigración. Abundan los casos de chicos que son detenidos porque sus padres los trajeron ilegalmente al país.

La Asociación de Abogados de Inmigración (American Immigration Lawyers Association) dice que es común que adolescentes sean enviados a países y culturas que no conocen.

El ICE se defiende diciendo que los culpables de estas situaciones son los padres.
“Los padres tomaron esa decisión cuando él era un niño, no el Departamento de Seguridad Interior”
, afirmó la portavoz del ICE Pat Reilly.

El abogado de los Guadrón, Keith Sklar, estaba enfurecido. ¿Cómo puede ser que detengan a un estudiante a punto de graduarse?

Sklar se enteró de que el arresto de Daniel fue producto de una aparente confusión. El ICE pensaba que la familia no había acudido a una cita judicial y por lo tanto podía ser deportada.

Sklar había estado tratando de regularizar la situación de la familia amparado en un Acta de Ajuste para Nicaraguenses y de Alivio para Centroamérica, según la cual los familiares cercanos de una persona que ha vivido por años en el país, como el padre de Daniel, pueden pedir la residencia permanente. El caso será resuelto teóricamente en octubre de este año.

El abogado le decía a Daniel que tuviese paciencia, pero Daniel a veces se desesperaba y lloraba.

Como el 4 de julio, cuando cumplió 19 años y otros reos le cantaron “Happy Birthday”. O el día en que lo visitó su abuela, que estaba en el país legalmente, como turista.

El peor día fue el 7 de septiembre, cuando comenzaban las clases. No pudo dormir ni comer imaginándose a sus compañeros en la escuela.

——

Un día se presentó un guardia y le dijo: “Empaca tus cosas. Te vas”.

Le habían dado libertad condicional. Cuando se iba, los otros reos lo aclamaron.
“Buena suerte, Daniel”
, le gritaban.
“No nos olvides”.


A las 19.30 del 30 de octubre del 2008, luego de casi siete meses preso, recuperó la libertad. Afuera del centro de detención lo esperaba su hermana Sara, quien había estando buscando donaciones para pagar la fianza de 3.000 dólares.

Sklar había logrado que reabriesen el caso de la familia y dispusiesen la liberación de Daniel.

Cuando fue a la Trenton Central High al día siguiente, su nombre resonaba por todos lados. Sus compañeros aplaudieron y sus profesores lo abrazaron.
“Me sentí un roquero famoso”
, comentó Daniel entre risas.

La alegría duró poco, pues se enteró de que durante su ausencia, había acumulado muchos ceros en sus calificaciones. Ello afectaría su puntaje final y sus posibilidades de conseguir becas para la universidad.

Pare peor, la universidad que tenía en mente, el New Jersey Institute of Technology, le informó que no podía ofrecerle becas porque no era residente permanente. Y el Mercer County Community College le dijo que tendría que pagar la matrícula completa, 3.824 dólares por semestre, si no conseguía la residencia.

Esa cifra le parecía inalcanzable.

Pero su hermana Sara le dijo que no perdiese la esperanza, que siempre hay soluciones.

——

El arresto cambió a Daniel. Todos lo podían ver. Sara dice que ahora es más considerado. Otros se maravillan de que no haya perdido el entusiasmo.

Daniel se puso al día en poco tiempo en la escuela y sacó las mejores calificaciones posibles en todas las materias, A. Armó un grupo de baile con amigos. Comenzó a entrenarse para correr un maratón. Con la ayuda de Méndez, consiguió tres becas pequeñas, que cubren la mitad de su matrícula en Mercer. Espera tener la residencia para el año que viene y poder ir al NJIT.

El 24 de junio, Daniel Humberto Guadrón se puso una capa negra y, ante el aplauso de miles de personas reunidas en un estadio, se graduó de la escuela secundaria. A pesar de todos los ceros que acumuló mientras estuvo preso, quedó 63ro entre 456 estudiantes. Fue el día más feliz de su vida.

Su madre, su abuela y su hermana lo abrazaron fuertemente. Sus profesores lo felicitaron. Daniel estaba radiante. Les agradeció a todos y prometió que no los defraudaría.


Fuente: www.telemundo47.com